El soul existencial de Tim Maia


Os presento a un auténtico pionero de la música brasileña. El hombre que introdujo el soul en ese país y uno de los pocos que podía competir con los artistas norteamericanos del género a un mismo nivel. Un tipo excesivo en todo, con una biografía y discografía absolutamente explosivas. Pasen y lean. 




La música brasileña, como todas las músicas, está cubierta de tópicos. Pensamos en ella siempre dándole la forma de un cantor armado de guitarra de palo e inundado de saudade. Descartamos por completo, o más bien, desconocemos, todo un universo ajeno a la bossa nova o la música popular brasileña, incluso también a la tropicalia. Y es que Brasil fue, durante los años sesenta y setenta del siglo pasado, cuna de parte del mejor soul y funk que se hizo en el mundo. Incluso capaz de hacer frente al que venía de USA. Parte de ello puede apreciarse en la banda sonora de la famosa película Cidade de Deus (Fernando Meirelles, Katia Lund, 2003), pero para entender la dimensión de este fenómeno, es necesario centrarse en la figura que lo trajo al país: Tim Maia.


Sebastiâo Rodrigues Maia, apodado Tiâo y más tarde Tim, fue un hombre excesivo en todos los aspectos. Tanto en peso, que llegó a alcanzar los 144 kilos, como en una receta de vida, digamos, poco sana, que él denominaba “triatlón” y que estaba formada por la combinación de coca, whisky y marihuana. Su carácter era también indomable, siendo famoso a la vez por sus desaires a una industria discográfica que le importaba un comino como por sus desvelos por los desheredados. Una sublime dicotomía, en resumen, que él sabía traducir en preciosas canciones que combinaban el soul y el funk con su propia e intransferible personalidad y algo, aunque no mucho, de los sonidos de su tierra.

Nacido y criado en Tijuca, uno de los peores suburbios de Río de Janeiro, ayudaba a sus padres en un negocio de servicio de comidas a domicilio, mientras deseaba con verdadero delirio emular esos sonidos endiablados que comenzaban a sonar en la radio provenientes de Norte América. Se las compuso para aprender los rudimentos de la batería y la guitarra y se codeó con un buen montón de futuras leyendas de la música brasileña, como Jorge Ben, Erasmo Carlos o Roberto Carlos, con el que además, fundaría su primera banda, los Sputniks.

Dicho cuarteto, que intentaba revisitar de forma naif las canciones de rock and roll y doo wop que habían roído de su escasa colección de discos, tuvo la suerte de tener el suficiente espacio en la televisión como para que el guaperas de Roberto Carlos resplandeciera y les diera portazo a sus compañeros para empezar en solitario una carrera hacia el éxito más rotundo que jamás conoció cantante brasileño.

Tim, que se sentía profundamente despechado por su amigo Roberto, sintió la necesidad de huir de todo aquello. Comenzó a entrar la idea en su cabeza de ir a descubrir la eterna promesa de libertad y buena música que ofrecían los Estados Unidos. Nadie sabe cómo se las compuso, pero accedió a una beca de audiovisuales que le permitió hacer las maletas y partir para Nueva York, concretamente a un pequeño pueblo en sus afueras llamado Tarrytown, donde convivió con una familia parcialmente brasileña que le acogió mientras él iba haciendo de las suyas, tanto en el terreno musical, formando parte de varios conjuntos que seguían la estela del incipiente soul, como en el de la delincuencia, comprando y vendiendo drogas y robando, algo que convirtió en inevitable que acabara en la cárcel y a la postre, deportado.

De vuelta en Río, las oportunidades para alguien como él no eran muchas. Vuelve a caer en el robo a pequeña escala y de nuevo acaba en la cárcel, pero esta vez al salir decide dar un giro a su vida. Otra vez hace las maletas y desembarca en Sao Paulo, donde sus viejos amigos Roberto y Erasmo (ambos Carlos, pero no hermanos) lo están petando con aquello de la Joven Guardia, un programa de televisión que ambos presentaban y en el que se introducían los nuevos sonidos que llegaban del Reino Unido, haciéndose nada menos que con el 90% de la audiencia. Tim trata desesperadamente de contactar con ellos, poco menos que dioses del Olimpo, y tras muchos desmanes logra aparecer en el programa cantando “Georgia on my mind” y también acompañando nada menos que a Os Mutantes (Rita Lee sería su amiga de por vida), pero lo que realmente lleva a que su nombre empiece a sonar es la composición “Nâo vou ficar”, que en voz de Roberto Carlos se convierte en un bombazo, así como el dueto que hace con la famosísima Elis Regina cantando otra de sus canciones “These are the songs”.


Es sólo cuestión de tiempo, por tanto, que la carrera en solitario de nuestro amigo despegue. Al fin y al cabo, su inmensa personalidad mulata cuenta con el arma secreta de una colosal voz de barítono que él adorna con un vibrato absolutamente inigualable y una capacidad para dotar de vida propia a sus canciones que él traslada a un primer Lp, llamado simplemente Tim Maia (algo que sería marca de la casa, con la friolera de 10 discos titulados así) y que se convierte en la sensación de Brasil, pasando 24 semanas en listas gracias a los éxitos cosechados por temazos como “Azul da cor do mar”, “Cristina” o “Primavera”. Es, sin duda, el certificado de nacimiento del soul en la tierra del Corcovado.

Sus cuatro primeros discos grabados para Polydor, todos ellos soberbios y todos llamados, cómo no, Tim Maia, afianzan su posición como personaje popular tanto en el plano musical como personal. Lo primero es así debido a himnos tan gloriosos como "Não quero dinheiro (só quero amar)”, “I don’t know what to do with myself”, “O que você quer apostar?”, "Réu confesso", “Do your thing, behave yourself” o “Gostava tanto de você". Lo segundo, gracias sin duda a la personalidad carismática de este gigantón, que en su dicotomía habitual era capaz de ser el marrullero más broncas del mundo y a la vez ser un tipo divertido, afable y amigo de sus amigos. Todo ello remozado y amplificado por su particular “triatlón” (perico-porros-vaqueritos) que ya empezaba a hacerle mella.

Pese a ello, en 1975 Tim decide meterse a empresario. El motivo es que su nueva discográfica, RCA, no entiende que el disco doble que se había comprometido a entregarles contiene unas letras enteramente referidas a una especie de secta llamada Cultura Racional, que basada en el espiritismo mezcla religión, ecología, metafísica y OVNIS como quien mezcla azúcar con leche. Un cacao maravillao que el bueno de Tim se había metido en la cabeza gracias a un libro, Universo en Desencanto, que encontró en casa de su amigo Tiberio y en el que se basa toda esa sarta de barbaridades. Se lo tomó tan en serio que incluso dejó de fumar, de drogarse, de beber, se cortó el pelo afro tan característico que llevaba y obligó a toda su banda a vestir del más impoluto blanco, instrumentos incluidos. Todo con tal de alcanzar el ideal de pureza que requería su nuevo credo.

Obviamente, una discográfica tan seria como la RCA no iba a publicar semejante disparate, por eso nuestro héroe, siempre decidido a salirse con la suya, montó su propia discográfica: SEROMA (contracción de su nombre: Sebastiâo Rodrígues Maia) y lanzó en ella los dos volúmenes de Tim Maia Racional, que a pesar de que musicalmente contenían enormes dosis de la genialidad de su autor -de hecho hoy día son considerados como obra de culto y cotizados objetos de coleccionismo- no lograron conectar con el público y las ventas fueron casi inexistentes, a lo que no ayudó, claro, el hecho de que la flamante discográfica de Maia no se preocupara en absoluto de firmar un contrato de distribución que pusiera sus discos en las tiendas y éstos literalmente tuvieran que venderse de mano en mano.

Económica y sentimentalmente hundido, para colmo Maia se dio cuenta de que todo aquello era una patraña. Un buen día se despertó con ganas de comer carne, fumarse un canuto y atizarse unos güisquis y empezó a gritar a los cuatro vientos que el gurú de la secta de marras, Manoel Jacintho, era un sinvergüenza que le había robado. Rompió todos las copias de los volúmenes de Racional que le quedaban por vender y nunca más quiso oír hablar de universos en desencanto, extraterrestres, ni cultura racional. A otra cosa, mariposa.

Su séptimo disco llegaría de nuevo de la mano de Phongram/Polydor, la discográfica a la que había dado portazo para grabar con RCA con carácter previo a su periplo racional. Todas las aguas volvieron a su cauce: él al triatlón y sus canciones, al baile, pero con cierto mensaje: el gran éxito del disco “Rhodesia” estaba dedicada a los problemas que asolaban África, en concreto la zona que terminaría siendo conocida como Zimbawe, totalmente devastada por la guerrilla. Por lo demás, comenzaba a tontear con la incipiente música disco con temas tan sobresalientes como “Brother, Father, Sister & Mother” o “Dance enquanto é tempo”.

No obstante su éxito, la discográfica no prolongó su relación con un músico tan problemático, al que la paranoia de las drogas y el alcohol empezaba a afectar seriamente. Comenzó a ser conocido por encabronarse a mitad de concierto por cuestiones de sonido o directamente, no presentarse en el escenario. Aunque su actitud errática no afectó a su creatividad: saltando de sello en sello, sus discos no paraban de llegar. Todos superando el notable: Tim Maia, de 1977 y reeditado, por cierto, no hace mucho por la disquera española Munster; o Tim Maia En Inglés, disco primordialmente baladístico a mayor gloria del sonido Philadelphia y cantado enteramente en el idioma natal del soul, algo con lo que había coqueteado constantemente en su carrera.

En 1978 su relación con la imperante música disco a la que él, al contrario que otros muchos, parecía resistirse, se certifica con un nuevo álbum, Disco Club, editado nada menos que por Warner y grabado junto a la grandiosa Banda Black Rio, que merecerían capítulo aparte. Contuvo el tremendo éxito bailongo “Sossego”, que le mantuvo en los primeros puestos. Su popularidad así no se vio resentida, pese a sus desmanes con la industria discográfica, su poca profesionalidad en sus presentaciones (o no presentaciones) en directo, su triatlón o su falta de pelos en la lengua a la hora de emitir opiniones.

Los años ochenta llegaron y él siguió a la suya, haciendo bailar a la peña. Como obras importantes en esta década tenemos el enésimo Tim Maia (1980) y O Descovridor Dos Sete Mares (1983), otra de sus obras capitales, que hacía gala de sonidos boogie-funk y contuvo el tremendo éxito titular, así como “Me dê motivo”. Aunque sobre todo, Tim lo petó en el tema de los duetos, con Gal Costa en el exitazo “Um dia de domingo” y también, cómo no, con Sandra Sá, con la que interpretó el bombazo “Vale tudo”, una canción suya que acabaría siendo emblemática para él. Cerraba con ella los conciertos y acabaría siendo el título de la definitiva biografía que su gran amigo, el famoso productor Nelson Motta, escribió sobre él.

Durante los noventa, hizo de todo. Lo primero drogarse y beber como un animal, pero también grabar discos a cascoporro, para los cuales prescindió de las discográficas al uso casi definitivamente (únicamente contó con Wea para el exitoso Tim Maia Ao Vivo en 1992) y en los que incluso llegó a probar con el género eternamente inexplorado por él: la bossa nova. También muchos artistas de nueva hornada, como Marisa Montes, grabaron sus temas, poniéndolos de nuevo en el candelero. Pero lo más significativo de la década, sin duda, fue su empeño por dedicarse a la política, afiliándose al Partido Socialista de Brasil (PSB), entre otras cosas, “porque no podía permitir que los pobres votaran a la derecha”. Se presentó a senador por Río de Janeiro para las elecciones generales de 1998, pero no llegó a realizar su sueño, pues lamentablemente, antes de una actuación en el Teatro Municipal de Niterói, entró en colapso.

Tim fue ingresado en el hospital con crisis de hipertensión y edema pulmonar. Los años de excesos y más excesos le pasaban necesaria factura y una severa infección terminó con su vida el 15 de marzo de 1998, para gran conmoción de su país, que acudió multitudinariamente tanto a su velatorio como a su funeral. El año siguiente, un televisado homenaje a su figura con artistas de la talla de Jorge Ben, Seu Jorge, su sobrino Ed Motta o Luiz Melodia, dejaba testimonio de la inmensa importancia de este personaje, todo un mito en su país, pero muy poco conocido fuera de él debido a su poca significación en la música de raíz brasileña. Su vida fue incluso narrada en una película, Tim Maia (2013), dirigida por Mauro Lima y que puede verse completa en YouTube. Un documento algo sensacionalista que sin embargo puede ser una buena puerta de entrada a su música, que en todo caso, debería ser mucho más tenida en cuenta fuera de las fronteras de su país por su inmensa aportación al sector del arte que más nos gusta. Un gigante, en tamaño y magnitud artística, cuya importancia debe ser reivindicada y una obra cuyo descubrimiento es apasionante.


Cinco discos con los que descubrirle:


Tim Maia (1971):
Mira que era difícil superar su debut, que contuvo un buen montón de éxitos y le situó como una celebridad, pero Maia se supera con este segundo disco en el que perfecciona su estilo y no necesita de tanto colaborador en la composición. Más de la mitad de su primer disco estaba compuesto por otros artistas, pero aquí sin embargo domina él a sus anchas desplegando canciones soberbias como la eterna (quizá mi favorita de él) “Nâo quero dinheiro”, “A festa de santos reis”, su propia versión de “Nâo vou ficar”, el éxito que escribiera para su eterno rival Roberto Carlos, o la electrizante orgía soul-funk que propone “I don’t know what to do with myself”.

 
Tim Maia (1973):
Su cuarto disco es quizá mi favorito de toda su discografía. Dotado de total libertad artística y con una banda fantástica que, con pocos cambios en su formación, le acompañaba ya varios años, destila soul incandescente a través de números absolutamente sin desperdicio. Desde la inicial “Reu confesso”, dedicada a su amante Janaina, el disco no da tregua. “Over Again”, “Balanço” o por supuesto otro de su más grandes éxitos, ese “Gostava tanto de vocé”, que le compuso su amigo Edson Trindade, son sólo parte de un conjunto imbatible. Fue su último disco para Phonogram/Polydor antes de su truncada huída a RCA y su etapa racional.

Racional, vols. 1 y 2 (1975):
Nadie sabrá nunca, como sucede con tantas otras cosas que rodean este trabajo, por qué Tim quiso editarlo en dos discos separados de portada idéntica y no en un doble, como inicialmente estaba previsto. Eso, por supuesto, no fue de ayuda para vender un disco que hablaba de platillos volantes que vendrían de otro planeta a rescatar a quien abrazara la cultura racional y leyera el libro Universo en Desencanto, el ladrillo que a Tim le había trastocado la cabeza más todavía. Todas las letras, por tanto, eran desconcertantes, pero no así las músicas, que eran quizá las más inspiradas que un autor genial en efervescencia creativa podía ofrecer en aquel momento. Un cruce de soul y psicodelia casi sin precedentes en el que él y su banda metían toda la carne en el asador y que dejaba joyas como “Bom senso”, “O caminho do bem” (célebre por su inclusión en la BSO de Ciudad de Dios), “Que beleza” o “Paz interior”, de nuevo "por Edson Trindade.

Disco Club (1978):
Tras el desengaño racional, Tim volvió a lo que mejor sabía hacer, meterse muchas cosas en el cuerpo y hacer bailar a la gente. Qué mejor momento, pues, para hacer su primera inmersión total -aunque ya había hecho sugerencias anteriormente- en la música disco. Un estilo que empezaba a pegar fuerte en el país, pero al que la izquierda, con la que Maia simpatizaba mucho, veía como un peligroso contingente del imperialismo yanqui. Quizá por ello nuestro héroe llegaba a ello de forma algo tardía, pero desde luego, por todo lo alto. Al fin y al cabo sólo tuvo que añadir ritmo volátil y violines a su habitual cóctel soul funk para entreagar un disco que es sin duda es otro de sus muchos aciertos, con canciones como el tremendo éxito “Sossego” o “A fim de voltar”.

O Descobridor Dos Sete Mares (1983):
Lanzado por Polygram, a través de la independiente Lança, este disco puede calificarse como la última gran obra de Tim Maia, antes de empezar a sacar discos como rosquillas a ritmo de su habitual triatlón, hasta acabar su vida. La canción titular se convirtió en una especie de himno para él. Estaba escrita por Michel y Gilson Mendoza, que contribuyeron con bastante material al álbum, y contaba con un ritmo frenético, muy acorde con el boogie que como herencia del sonido disco reinaba entonces en USA y una infecciosa sección de vientos. El resto del álbum no iba en absoluto a la zaga y aunque adolece un poco de su inevitable sonido ochentero, lo que cuenta son las canciones y las hay tremendas, como el otro éxito que contenía, la balada “Me dê motivo”, escrita por los músicos Michael Sullivan y Paulo Massadas, que con este cosecharon su primer éxito.



Enlace a playlist de Tim Maia






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