1984 : 40 discos cuarentones (1ª parte)

 


Ante la pregunta ¿por qué no hacer una lista con los cuarenta discos que para tí son más significativos de 1984, el año en que cumpliste diez años? Yo contesto un rotundo SÍ.



Como digo, en junio de 1984 yo cumplía 10 años. Y, para ser sincero, a esa edad, poca de esta música de la que ahora hablaré logró captar mi atención. Pienso ahora en mi hija, que justo tiene los mismos años y veo que ella sí que está más al tanto de lo que sucede, a pesar de que ahora el universo pop importa un poco menos, creo yo. Incluso le llega para atender a parte de la música viejuna que escucha su padre, en parte, la de aquella éopoca, y que sus compis del colegio no tienen ni idea de que existe (eso, creo, es lo que más le gusta a ella). Yo, por lo que fuera, a esa edad era todavía muy inocente. Mis recuerdos de 1984 se centran más en tebeos, juguetes o ver el gran éxito de la temporada, Cazafantasmas, en un cine de Valencia que hoy ya no existe. 

La música llegó algo después. Y también con un atractivo más vintage, o poco centrado en las listas de éxitos. Mi primera gran pasión fue el rockabilly y Elvis, después llegó el heavy, algo más contemporáneo, el punk, el rock clásico, el rollo mod, que fue lo más seductor... La verdad es que, por lo que sea, nunca he sido una persona cerrada a nada. Tal vez por eso he sido capaz de absorver experiencias, escuchas y lecturas relacionadas con la música de la más diversa índole y procedencia. Y tal vez por eso me veo capaz de retratar en cuarenta discos un año que, pasado el tiempo, me parece mucho más interesante de lo que inicialmente parecía. Y hacerlo desde un punto de vista totalmente ecléctico, además.

Los ochenta fueron durante mucho tiempo una época denostada a nivel crítico. Los 1990's acabaron de un plumazo con los pelos crepados, con el AOR, con el pop chicloso y sus producciones a tope de reverb, con muchas cosas que entonces, muertos y enterrados los eighties, nos parecían horteradas. Fue el momento del grunge, del indie elevado a mainstream, de lo "alternativo", ese concepto, ese palabro. Pero el caso es que el tiempo pone todo eso en su sitio. Y ahora no parece tan mala idea recuperar como totémicas determinadas cosas que un día encontramos sonrojantes. Y por supuesto, nadie le quita a la década sus aciertos incontestables. 

Así que ahí estaban Sprinsteen, Prince, Madonna o Frankie Goes To Hollywood y también, oiga, los debuts de The Smiths, Lloyd Cole, Everything But The Girl, RUN DMC... Quien diga que en los ochenta no ocurrían cosas musicalmente hablando está muy, pero que muy equivocado. Y eso sucedía tanto allí, como aquí... En España, igualmente hubo bastantes discos destacables aquel año. Qué digo destacables, inconmensurables. 

Por eso esta lista es un pequeño tributo a mi pequeño yo de diez años que no supo o no tuvo la capacidad de adentrarse a tiempo real en aquél mundo excitante que prometía la música pop y rock de entonces. Un viaje al pasado de lo más estimulante que, como siempre en estos casos, me ha hecho aprender, recordar, reír y emocionarme, pero sobre todo, disfrutar. Por eso espero que vosotras y vosotros disfrutéis igualmente, o lo máximo posible, del empacho discográfico que os voy a proporcionar. 

Ahí va esa lista de 40 discos. (NOTA: haciendo clic en el título accederéis a su enlace de escucha)

Primero, los nacionales: 




El ritmo funky y pizpireto de "Escenas olvidadas" abre de forma enormemente evocadora el resultado discográfico de uno de los proyectos más singulares de todos los que trajo "la movida" de los ochenta en España. Y curiosamente, no provenía de Madrid. German Coppini dejaba Siniestro Total para formar team con Teo Carralda, Pablo Novoa y Luís García en una banda de corta andadura, pero profundo calado. Golpes Bajos sólo dejaría tras de sí este lp, junto a dos EP's editados antes y después del mismo. Pero la enormidad de estas nueve canciones hace difícil que se hunda jamás en el olvido el que es sin duda uno de los mejores discos de su época. "Fiesta de los maniquíes", "Hansel & Gretel", "Cena recalentada"... lo dicho, absolutamente sublime. 


El punk en su versión más urbana había entrado a través de los Pirineos de la mano de gente tan "peligrosa" como La Banda Trapera del Río, que desde Barcelona supieron calentar bien el ambiente. Pero fue la nueva hornada que llegó desde Euskadi, bajo aquél sambenito tan reduccionista de "Rock radical vasco", la que realmente supo generar algo autóctono, que rápidamente se fue extendiendo por el resto de la península. De todos ellos, sin duda, La Polla Records, con su inigualable frontman Evaristo -un poco nuestro Shane McGowan- fueron los más carismáticos e importantes. Salve, su debut, fue tanto una declaración de intenciones como un manual de estilo que, con algo de evolución por medio, llevarían hasta las últimas consecuencias en una discografía que, al menos en sus diez primeros años de existencia, prácticamente no tuvo mácula. Nadie ha dicho las verdades más fuerte ni más claro. Inigualables e imprescindibles. 


Para no tener demasiada idea de tocar, la verdad es que Alaska (Olvido Gara), Nacho Canut y Carlos Berlanga, se las arreglaron más que bien para abrirse paso mejor que nadie en la tan cacareada movida madrileña. Algo sobrevalorada, sí, pero ellos fueron de los que aportaron esa extracción de oro que justifica su (hoy ya) agotador predicado. Dinarama fue el tercer intento de los implicados tras su participación en Kaka de Luxe y Pegamoides. Dieron plenamente en el clavo, tras el relativo éxito de Canciones Profanas, dan el todo por el todo: productor y arreglistas ingleses y una banda reforzada con músicos más profesionales. Pero lo mejor son las canciones: un disco que contenga tres bombazos como "Ni tu ni nadie", "Un hombre de verdad" o, por supuesto, "Cómo pudiste hacerme esto a mi", merece el calificativo más alto. Pero es que todo el conjunto es sublime. Quizá por eso, o por su magnífica portada, o sencillamente por que era el momento, el álbum cosechó un éxito sin precedente para una banda de aquí (más de dos millones vendidos en todo el mundo). Y lo mejor: continúa sonando tan bien como el primer día. 


Jamás tuvieron suerte. Son una de las mayores injusticias de la cultura española. Pero ahí están. Preservadas por unos cuantos que las adoramos como si fueran mesías. Carmen Santonja y Gloria Van Aersen casi habían tirado la toalla tras años de sinsabores escribiendo unas canciones que pocos entendían, metidas en discos absolutamente maravillosos, que jamás les otorgaron el éxito ni el reconocimiento merecidos. Taquicardia llegó a puerto gracias a la insistencia de la gente joven de Madrid, como el Zurdo, que acababa de publicar un libro sobre ellas, o Mario Pacheco, que las ficha para Nuevos Medios y les produce esta maravilla absoluta. Un disco que no fue, sin embargo, el último del dúo, pero estaba destinado a serlo. Un trabajo largo en duración y con el paquete de canciones más exquisito que jamás entregaran. "La funcionaria", "Sígueme", "Taquicardia", "Cero a la izquierda". Un disco que es como ellas, un tesoro.


Tras el relativo éxito que obtuvo el lp Música Moderna a través del signle "Enamorado de la moda juvenil", Radio Futura se enclaustraron en su local de ensayo y se convirtieron, a fuerza de componer, pulir, tocar en directo y más pulir, en una banda completamente diferente. Capaz de todo, de hecho. Sólo salieron de su letargo para publicar el single "La estatua del jardín botánico", que dio pistas de lo que se estaba cociendo, pero desde luego no preparaba para esto. Autoproducido y grabado en Madrid, La Ley Del Desierto/La Ley del Mar es resultado de todo lo aprendido y, sobretodo, de una curiosidad infinita por parte del trío responsable del peso de la banda, que ya puestos, cincela aquí el concepto mejor labrado del rock latino. Un trabajo de una influencia enorme, que no teme a mezclar ni a imaginar universos propios y que inica una trilogía maestra que se completaría con De Un País En Llamas y La Canción de Juan Perro y por cuya espectacular sucesión de ideas y canciones parece que jamás pasen los años. 

Después, los internacionales




Tras la desbandada de The Teardrop Explodes, la banda con la que Julian Cope había comenzado su evangelización neo-psicodélica, el de Liverpool inauguraba su carrera en solitario al grito de "Mundo, cállate la boca", el jactancioso título de su primer esfuerzo discográfico. No tardaría nada en darle continuidad, de hecho sería a finales de ese mismo 1984 cuando publica Fried, un disco que superaba ampliamente a su antecesor y en el que Cope al fin lograba aglutinar, en una colección perfecta de canciones, todas las influencias que como melómano había ido reuniendo. De Syd Barrett y Rocky Erikson a Can, pasando por Brian Wilson o The Beatles. Inaudito y soberbio. La rara avis de los ochenta propinando pop ácido, burbujeante y surrealista: "Holy love", "Bill Drummond said", "Sunspots"... ni un momento de flojera aquí. 


Si hablamos de raras avis ochenteras, desde luego los escoceses The Blue Nile se llevan una de las palmas. Formados por un tipo taciturno, misterioso y tremendamente romántico llamado Paul Buchanan y su amigo de la infancia Robert Bell, se llamaron inicialmente Night By Night, para pasar pronto a llamarse The Blue Nile, en honor a un libro de 1962 de Alan Moorehead. Poco amigos de los conciertos y bastante limitados instrumentalmente, tiran de máquinas para suplir carencias y componer unas cancinones que hulen a noche en la ciudad, a amores furtivos y transmiten un sentimiento profundamente melancólico que pronto se convierte en marca de la casa. Su primer álbum refleja a la perfección dichas atmósferas, sobre todo con la punta de lanza del single "Tinseltown in the rain", que les da a conocer, aunque sin grandes aspavientos, igual que el single "Stay". Eso sí, el álbum es alabado por la crítica y abre de manera brillante una carrera que varios años después (se lo tomaban con mucha calma) se encumbraría con el inconmensurable Hats.  


Robyn Hitchcock fue el otro adalid británico, junto a Julian Cope, del renacimiento de la psicodelia en los ochenta. Tanto con su banda, los Soft Boys, como en solitario, su mundo de tazas de té, hombres con cabeza de bombilla y trineos de hierro se cifra en una serie de canciones totalmente ajenas al devenir de los tiempos, que es en su versión más desprovista de acompañamiento musical donde reivindican su singularidad por todo lo alto. I Often Dream Of Trains es un disco austero, misterioso, lleno de aristas, en el que las canciones lo protagonizan todo y su autor, sencillamente, es el instrumento que canaliza una serie de historias imposibles a través de ellas. "Sometimes I wish I was a pretty girl" inaugura de forma totalmente loca un set que tira, sin embargo, más hacia la introspección. Curiosa manera, de hecho, de establecer una carrera en solitario que no terminaba de despegar comercialmente. Tampoco ser haría superventas este tercer disco de Robyn bajo su nombre, pero sí que se recuerda como una de las piezas más originales y anómalas de su época, que no ha perdido ni un ápice de su vigencia. Y es que, las canciones, cuando son tan grandes como estas, no requieren de gran artificio para perdurar. 


Creo que a estas alturas desconocer el peso que ha tenido un artista como Charly García en el rock sudamericano, es de una ignorancia supina. Su aportación al rock en el idioma de Cervantes es inmensa y se le considera, no sólo en Argentina, sino en gran parte del continente americano, un genio del tamaño de Bob Dylan. Tras formar parte de Sui Generis y Seru Giran, dos bandas de enorme éxito, inició una carrera en solitario con la trilogía de álbumes que culmina este Piano Bar (tras Yendo De La Cama Al Living y Clics Modernos) y que contribuyen a consturir su status de leyenda musical, a la par que su fama de enfant terrible, algo que él se ha empeñado en cultivar con declaraciones delirantes, escándalos de todo tipo y en general, una forma de vida completamente destarifada. Piano Bar es un poco eco de esa vida disipada con unas canciones que él mismo se empeñó en grabar en directo con una potente banda que incluía, por cierto, a un jovencísimo y todavía desconocido Fito Páez a los teclados. Aquí se encuentran clásicos vertebrales del repertorio de Charly como "Demoliendo hoteles", "Promesas sobre el bidet" o "No se va a llamar mi amor", en un conjunto apabullante que funciona como una apisonadora.

Tras el calvario que fue su relación con el que fuera su marido y pareja artística, Ike Turner, a Tina los años ochenta le trajeron una nueva oportunidad. Y la supo aprovechar. A caballo, como siempre, entre el rock y el soul, en este su primer disco para Capitol Records -y el primero tras 5 años de silencio- añadió también un poco de pop a la salsa. La jugada salió redonda: con un equipo de productores y compositores de renombre a su servicio el disco sonaba justo como demandaban los tiempos e incluía, junto a algunas superlativas versiones de clásicos como “Let’s stay toghether”, “I c can’t data d the Rain” o  el “1984” de Bowie, el bombazo “What’s love got to do with it” la catapultó a lo más alto de las listas, donde no había estado jamás, algo que confirmó un préstamo que le hizo el nuevo talento en alza, Mark Knopfler, ese “Prívate Dancer” que titula el disco y en manos de la diva alcanzó citas estratosféricas. Sin duda, uno de los discos más icónicos de los 1980’s. 

El inmenso talento de Michael Head es uno de los secretos mejor guardados del pop. Y en parte es culpa suya, por llevar una vida azarosa que ha dado al traste con proyectos que podrían haber tenido mucho más éxito comercial del que tuvieron. Todo parecía apuntar a ello en esta primera aventura que perpetró junto a su hermano John y otros colegas de su Liverpool natal. El debut de The Pale Fountains, aunque fue publicado por una major como Virgin, queda para la posteridad como un referente de eso tan denostado hoy que un día se dio en llamar indie pop. Y es que ellos eran rematadamente pop, pero sus canciones tenían un cierto aire folk que las singularizaba, además de suntuosos arreglos barrocos. Todo ello al servicio de unas composiciones absolutamente arrebatadoras, de las que te roban el corazón de inmediato. Pacific Street es uno de esos discos perfectos que parecen producto de un talento sobrenatural. La pena es que no supieron darle continuidad y la desbandada se produjo tras un discreto segundo lp. No obstante, conviene no dejar de estudiar la intermitente, pero siempre interesante carrera de Michael Head, que de hecho llega hasta nuestros días en plena forma. 

A fuerza de independencia, Escocia se convirtió en los 1980's en un epicentro del pop. El mítico sello Postcard fue el germen de aparición de un buen número de bandas superlativas. Por encima de todas ellas resaltaban, desde Glasgow, Orange Juice, capitaneados por un arrogante rubiales llamado Edwyn Collins. Las canciones de Edwyn mezclaban el rock urbano y underground de The Velvet Underground con el soul de Al Green y eran tremendamente burbujeantes. Tras dos discos espectaculares como fueron You Can't Hide Your Love Forever y Rip It Up, la banda había terminado desmembrada. Sólo quedaban él y el batería, Zeke Manyika. Podemos considerarlo, por tanto, prácticamente un primer disco en solitario de Edwyn, no en vano sale solo en la portada. De hecho, sienta las bases para todo lo que vendría después en su carrera a través de una sucesión de canciones que parte del soul de Philadelphia ("Lean period") para explorar las posibilidades más recónditas de la canción pop. Con su voz de barítono, Edwyn rezuma elegancia y canciones tan espectaculares como "What presence" o "I guess I'm a little too sensitive" resultan absolutamente perfectas, al igual que el resto en un conjunto sin fisuras.


La campanada de Paul Weller abandonando a The Jam justo en el momento en que eran la banda más adorada de Inglaterra, es algo que obviamente sus fans no le iban a perdonar fácilmente. Máxime, cuando él además les traicionó bajándole el volumen muchísimo a su guitarra y uniendo fuerzas con Mick Talbot, un pianista procedente de otra banda de revival mod, The Merton Parkas, para hacer apología de todo lo que la elegancia original del movimiento significaba para él: trajes de sastre, iconografía pop, discos de northern soul, modern jazz por un tubo y una ironía, e incluso sentido del humor, del que The Jam estaban casi completamente exentos. Tras un primer mini-lp en que dejaban bien claro lo que pretendían, corrigen y aumentan en este primer álbum que huele a París, a viejos cafés, a escapadas nocturnas y a un romanticismo perteneciente a otras épocas. No dudan en llenar el disco de instrumentales o incluso un rap, da exactamente igual que la gente espere a Weller cantando, pero eso sí, no falta el buen pop: "The whole point of no return", "My ever changing moods", "You're the best thing", "Headstart for happiness", o aquél "The Paris Match" junto a Tracey Thorn, que llenan este trabajo de un estado de ánimo muy particular. Tal vez este no sea su disco perfecto (eso lo lograrían con el siguiente, Our Favourite Shop), pero no por ello deja de ser absolutamente encantador. 



Ambos con discos en solitario ya publicados, Ben Watt Y Tracey Thorn se conocieron en la universidad de Hull. La química fue tan buena entre ellos que aún hoy día mantienen una relación matrimonial que no ha sucumbido a la profesional (todo lo contrario: la segunda fue sacrificada por la primera). No obstante, la unión de los dos talentos trajo un buen montón de música personal y diversa, que transcurre a lo largo de diversas etapas. De hecho, en 2023 publicaron, con éxito, un nuevo álbum tras muchos años de silencio. No obstante, el que nos ocupa es Eden, su debut. Un disco que, si bien acabó algo eclipsado por el éxito de los de la etapa electrónica del duo, sigue conservando un encanto absolutamente arrebatador. La voz de Tracey en esa especie de bossa-pop que abre el disco, "Each and everyone" es de una emotividad desarmante. Y ese mismo feeling persiste a través de un listado de canciones que no tiene un sólo momento débil. "Bittersweet", "Another bridge", "Fascination", "Frost and fire"... pura sofisticación capaz de derretirte el corazón. 


Que Paolo Conte es uno de los mejores regalos que ha traído Italia al mundo, eso no hay quien lo dude. Iba para abogado, pero por el camino decidió que necesitaba hacer canciones. Y vaya si las hizo. Empezando por aquél "Azzurro" que le compusiera a Celentano, sus composiciones han sido una de esas constantes artísticas que dotan de identidad cultural a una Europa que sin estas cosas no sería lo mismo. Además, como solía decirse de Dylan, nadie canta a Conte como Conte. Con esa voz difícil, rasposa, chulesca, una especie de Tom Waits del Piamonte, un aventurero bon vivant que podría irse de farra con Corto Maltés (no en vano Hugo Pratt diseñó una de sus portadas) y cuyo romanticismo marrullero brilla especialmente aquí, en este su sexto disco -tercero titulado con su nombre- que mucha gente considera el más perfeto, aunque esa es una elección enormemente difícil. Tal vez sea porque aquí están "Sparring partner", "Come di", "Sotte le stelle del jazz", "Gli impermeabili" o "Come mi vuoi?", o porque podríamos considerar esta una de las mejores puertas de entrada a un universo particular en el cual es absolutamente fascinante adentrarse. 


No en vano se le conoce como "el poeta de la salsa". Rubén Blades, en su primera y más célebre aparición discográfica junto a su banda, Seis del Solar, y por supuesto, tras sus legendarias colaboraciones con Willy Colón, se explaya a gusto. Con Buscando América se abre a lo grande una carrera en la que su nombre resplandece por derecho propio, gracias a esas enormes canciones que sitúan al género de la salsa mucho más allá del tópico de música de baile en el que habitualmente se halla enclaustrado. Por supuesto, eso sucede tanto lírica como musicalmente, dado que no teme a mezclar la salsa con otras cosas (reggae, afro-beat, funk, soul, jazz...). Grabado en Nueva York, es, sin embargo, un álbum que busca hacer recuento de los temas candentes en Latinoamérica, sin un solo pelo en la lengua: el aborto, la infidelidad, el machismo ("Decisiones"), la dictadura ("GDBD"), los emigrantes ("Todos vuelven"), los mártires de la resistencia política ("Desapariciones", "El padre Antonio y el monaguillo Andrés") o la suma de todo ello ("Buscando América"). Una obra maestra rotunda que sigue considerándose por derecho propio como uno de los álbumes básicos de música latina. 


Lo quieran o no las "huestes del pop" 1984 fue uno de los años del Heavy Metal. Su auge comenzó a ser, de hecho, masivo. De ahí que en esta lista, que pretende ser lo más diversa posible, encontraréis no uno, sino varios ejemplos de su hegemonía discográfica. La proliferación de bandas, sobre todo europeas, que propició la labor previa de una serie de pioneros (Black Sabbath, Judas Priest) trajo no pocos momentos gloriosos. Para Iron Maiden, la llegada del vocalista Bruce Dickinson tras un par de álbumes con Paul Di'Anno, supuso la consolidación de una formación que ya estaba muy bien encaminada. Con The Number Of The Beast (1982) dejan sentadas las bases de una carrera que iría en ascenso con Piece Of Mind (1983), completando su particular trilogía maestre con este Powerslave, que les encumbra definitivamente a un megaestrellato del que, con altibajos de formación, jamás ha podido bajarles nadie. Casi podríamos decir, de hecho, que con permiso de Judas Priest son los Beatles del género. Y este es su Revolver. Un disco perfectamente ensamblado, con un comienzo apabullante con dos trallazos como "Aces High" y "2 minutes to midnight", que despliega furia y épica a partes iguales en un conjunto superlativo, repleto de clásicos absolutos tanto de su repertorio, como del género. Un disco, sin duda, icónico. 


Con la ayuda del afamado productor Robert John "Mutt" Lange, que venía de obtener gran éxito con bandas hardrockeras como Def Leppard, Foreigner y, claro, AC/DC, The Cars culminaron su época dorada con un disco superlativo que al fin les convirtió en superventas. Heartbeat City es un disco que lo tiene todo, el aire arty que le atribuía ese elegante diseño de portada y los vídeos que hizo nada menos que Warhol para alguna de sus canciones, estribillos y riffs de guitarras que se le metían a uno en el córtex ("Magic", "Hello again", "Yo might think"), una de las baladas definitivas de los ochenta ("Drive") y en general, un disco perfectamente ensamblado tanto para el éxito como para la credibilidad artística, que por si no había exhibido suficientes argumentos durante su minutaje, acaba con la verdadera joya de la corona, una canción titular absolutamente sublime, testigo infalible del gran talento de Rick Ocasek y los suyos, que a partir de aquí, lamentablemente, perderían sin remisión el norte. 


Comandados por Dan Tracey, uno de los personajes más imposibles de la historia del pop, Television Personalities fueron una anomalía que aportó infinitas dosis de originalidad y do it yourself a la música facturada en su país en los ochenta. No suelen ser demasiado citados, pero en mi opinión, tal como más o menos decía el título de uno de sus discos, podrían haber sido más grandes que los Beatles. Exagero un poco, claro, pero desde luego considero que son un universo en sí mismos, gracias a discos como su debut, And Don’t The Kids Just Love It, de 1981, o este titulado The Painted Word, con el que en mi opinión firmaron su obra capital. Un disco de sonido destartalado y ambiente angustioso, un poco en sintonía con el post-punk más oscuro y el lo-fi, pero sin abandonar un lado pop en el que Tracey era un auténtico maestro, como demuestra esta barbaridad titulada “Happy all the time” u otras joyas como 


El cuarto disco de la formación liderada por el mayor bocazas del mundo, Ian McCulloch, completó su viaje desde el post-punk más bajonero hacia el pop con este Ocean Rain, aunque, por supuesto, conservando ese halo de nocturnidad y bruma que hacía únicos a sus autores. A partir de ahí todo iría en descenso, pero este álbum supuso el encumbramiento de la banda a un nivel comercial que, aunque se intuía que llegaría, jamás habían llegado a catar. De repente, eran una de las bandas de moda. Todo el mundo se crepó el pelo como McCulloch y empezó a vestir de negro y usar camisas de chachemir. Los singles extraídos del álbum, la mítica "The Killing moon", así como "Silver" y "Seven seas" recibieron difusión masiva en el Reino Unido. No obstante, la celebridad trajo claroscuros: no a toda la prensa musical le gustó el disco. Muchos criticaron la ampulosidad de los arreglos, la grandilocuencia y afección de las letras y voces de McCulloch, esa deriva hacia el pop orquestado. La banda siniestra se había tornado banda que salía en la portada de Smash Hits, la revista de quinceañeras por excelencia. No obstante, el tiempo ha dado la razón a una colección de canciones perfectamente ensamblada, que plasma a la perfección la nocturnidad, el romanticismo y la querencia por la melodía elegante que imperaba en el espíritu de una banda que completaba con esta obra su particular tetralogía maestra. 


La lista continuará, del 20 al 1 (con un par de propinas) en la segunda parte, de próxima publicación. 

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